¿Y qué tal que tu hija fuera embajadora?

En las últimas décadas hemos visto cómo el poder femenino ha crecido, y las mujeres han incursionado en sectores y actividades donde antes era impensable que participaran, incluyendo la diplomacia. Desde sus orígenes, la diplomacia siempre ha sido una profesión de hombres pues inicialmente se utilizaba para pactar guerras, anexar territorios y conquistar pueblos. Se consideraba que, en este ámbito tan violento, no tenían cabida las mujeres. Pero con el avanzar de la revolución feminista y con la evolución de las relaciones internacionales, las mujeres comenzaron a participar y a expresar su opinión, demostrándole así al mundo que, con su participación, muchas cosas pueden mejorar.  

Si pensamos en nombres importantes de la diplomacia, lo más probable es que se nos vengan a la cabeza los mandatarios de los países más poderosos, o los secretarios generales de algunas organizaciones internacionales, incluso tal vez, podamos pensar en diplomáticos reconocidos, como Henry Kissinger o Sergio Vieira de Mello. Pero ojo, gracias a los esfuerzos de muchas mujeres, también podemos pensar en nombres como María Ángela Holguín, María Emma Mejía, Noemí Sanín o Carolina Barco, por que como colombianos podemos enorgullecernos de que nuestros mejores representantes diplomáticos en la historia contemporánea, han sido mujeres. Aun así, queda en el aire la pregunta: “¿por qué la mujer debería participar en la diplomacia?”.

Afortunadamente, el feminismo como movimiento nos ha ofrecido un sinfín de razones (ajustadas a las diferentes corrientes de pensamiento): porque deberíamos tener los mismos derechos y libertades que los hombres, porque históricamente se nos ha marginado, e incluso, algunas feministas han dicho que porque somos inherentemente más pacíficas que los hombres. Sin importar cuál corriente feminista se estudie, todas llegan a la misma conclusión: no se puede esperar que la diplomacia tenga efectos positivos sobre un país, si esta no cuenta con la debida representación y justo trato de las personas que constituyen más del 50% de la población. 

A pesar de que sea tan claro por qué las mujeres debemos ser diplomáticas, aún falta mucho por hacer. La participación femenina en los cuerpos diplomáticos alrededor del mundo no llega ni al 40%, y apenas el 15% de embajadores a nivel mundial son mujeres. Nuestra presencia se hace cada vez más importante y necesaria para obtener resultados inclusivos, innovadores y pertinentes. 

Cabe destacar, que no sólo se trata de cumplir con cuotas, sino que también es necesario garantizar condiciones de igualdad y no discriminación para las mujeres que ya son diplomáticas. Además, los Ministerios de Relaciones Exteriores deben formular políticas exteriores feministas, en la que la igualdad de género sea un elemento distintivo. El camino aún es largo, pero los avances en los últimos años nos han abierto las puertas para generar un verdadero cambio. 

Por último, quiero enfatizar la importancia de formar a las futuras diplomáticas desde que son niñas o adolescentes. En mi experiencia personal, como diplomática en formación, puedo decir que la clave está en el colegio, en el apoyo familiar y en la mentoría. Gracias a los Modelos de Naciones Unidas (COSMUN en particular), al apoyo incesante de mis padres, y a la mentoría de muchas maestras y jefas, he vivido la diplomacia de primera mano, tanto en lo académico como en lo profesional, y ahora me encuentro a pocos pasos de entrar al cuerpo diplomático colombiano. Por ello, los animo como padres a incentivar a sus hijas a pensar en grande, y a convencerlas de que ellas también pueden ser Secretarias Generales, Embajadoras y Cancilleres.

¡La fuerza de lo femenino está en cada una de nosotras! 

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