Dime cómo te hablas en secreto y te diré cómo te sientes
La palabra confianza viene del latín fidere que significa creer. Así que lo más sencillo sería decir que Auto fidere o autoconfianza es creer en uno mismo. ¿Pero cómo lograr algo que parece tan sencillo y se vuelve tan complejo en un mundo donde la auto comparación nos puede llegar a tumbar toda autoconfianza?
No, no es tan sencilla esta palabra. Creer en nosotros mismos es todo un arte. Parte de aprender a agradecer cada día a la Vida, al universo, a Dios por ser quienes somos, por tener el cuerpo que habitamos, por nuestros pensamientos y sentimientos y, solo entonces, tal vez llegaremos a creer que tenemos lo que necesitamos para lograr pequeñas o grandes cosas, pues finalmente sin importar el tamaño todo son logros.
Creer en nosotros, tener fe en nuestro más profundo ser, es toda una construcción desde que estamos niños. Muchas palabras o acciones de otros y de nosotros destruyen nuestra autoconfianza. Pero no podemos cambiar el mundo ni evitar que alguien nos ofenda, por eso el trabajo debe estar en cada uno. Cuando nos equivocamos y nos castigamos con palabras fuertes destruimos nuestra confianza. Cuando nos miramos en el espejo y no valoramos los cambios de nuestro cuerpo o su forma en si destruimos nuestra confianza, cuando comparamos nuestro color de piel, nuestros ojos o tamaño caemos en el egocentrismo de sentirnos superiores o en la tragedia del sufrimiento que produce la crítica destructiva y salimos a enfrentar el mundo con un sentimiento amargo que no nos deja avanzar.
Por eso desde pequeños debemos aprender a tener autoconfianza, cambiando la forma en que nos hablamos en la intimidad de estar solos, en nuestra mente, en nuestros pensamientos donde nadie más que nosotros podemos entrar. Estos pensamientos nos acompañan cada milisegundo de nuestra vida y se hace impajaritable que aprendamos a comunicarnos con nosotros mismos, sin mentiras, ni velos que oculten la realidad. Si hay algo que debamos aceptar debemos sacarle provecho, seguro algo bueno tendrá, y si hay algo que podemos cambiar sin hacernos daño, que nos genere un mayor bienestar, pues adelante a cambiarlo.
Pero la autoconfianza no la venden, no la regalan, no la reparten, ni se contagia, se construye día a día y en todas las edades. Desde que llegamos a este mundo hasta que nos vamos.
La autoconfianza se construye con pequeñas palabras cuando nos miramos en el espejo, con pequeñas palabras ante nuestros logros o fracasos, con pequeñas palabras ante las maravillas que vemos con nuestros hermosos ojos, escuchamos con nuestros oídos perfectos, sentimos con la habilidad de nuestras manos, dedos y cuerpo en general, con nuestra inmensa o pequeña nariz que nos sirve para oler, la autoconfianza se construye cuando nos hablamos con respeto y actuamos con respeto hacia nuestro cuerpo y nuestro ser.
Definitivamente la autoconfianza solo se consigue con un trabajo personal y constante. Los que somos padres tenemos esa gran tarea, ayudar a que nuestros hijos cuiden sus pensamientos y las palabras que se dicen a sí mismos, en un mundo donde la comparación en las redes sociales es casi una guerra mundial, sin bandos, sin final, nos podemos comparar con cualquier persona en otro lado del mundo que no conocemos y cualquiera puede responder a nuestras opiniones publicadas en redes, entonces si la autoconfianza no se trabaja cada día en cualquier momento puede llegar traidora por la espalda y empujarnos al sufrimiento de no creer en nosotros mismos.
¿Y si no creemos en nosotros, quién va a creer?
Liliana Ruiz
Mamá Grado 6° y 7°
The Columbus School - Revista Nuestra ASOPAF / Edición 22
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